La piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida
Jn 20:1-9
Mientras nos preparábamos para la Vigilia Pascual aquí en Bonnevaux, ha habido mucha competición. Ha sido sobre todo entre los pájaros en los árboles y las ranas en el lago para ver cuál podía hacer el ruido más fuerte. Esa es la lucha más evidente. También hay competencia entre árboles y arbustos por ver cuál puede reverdecer más pronto bajo el repentino sol cálido que estamos disfrutando; y no olvidemos a los insectos. Todos ellos son eslabones de la Gran Cadena del Ser que nos une, a nosotros y a todo lo que existe en el cosmos, con el Verbo, por medio del cual todas las cosas llegaron a ser y que se hizo carne y murió por nosotros y resucitó.
En la gran homilía del siglo II que leemos cada año por estas fechas, Cristo resucitado habla con la irresistible autoridad del amor a los que desde el principio de los tiempos está liberando del infierno:
Por amor a ustedes y a sus descendientes, ordeno ahora con mi propia autoridad que salgan todos los que están esclavizados, que se iluminen todos los que están en tinieblas, que se levanten todos los que duermen. Te ordeno, oh durmiente, que despiertes. No te he creado para que estés prisionero en el infierno. Levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos, tú que fuiste creado a mi imagen.
La resurrección es el resultado del amor que entra en lo que ha muerto y lo llama de nuevo a la vida, una relación rota, un fracaso desesperado, un mundo roto o un planeta moribundo. Sólo el amor de primer orden, el manantial del ágape, puede derribar los muros y las armas construidas por las ilusiones, el orgullo o la desesperanza del ego.
Si nos sentimos al margen de esto, observadores o escépticos a la espera de ser convencidos y si nos preguntamos cómo puedo comprobarlo, la misma homilía nos lo muestra en las palabras de Cristo:
Levántate, salgamos de este lugar, porque tú estás en mí y yo estoy en ti; juntos formamos una sola persona indivisa y no podemos separarnos.
Para ver a Cristo resucitado, basta entrar en ese espacio de simple unidad en nosotros mismos, donde no estamos fuera de nada y nada está fuera de nosotros. Continuamos después de estos cuarenta días en la misma peregrinación que nos condujo a él. Gracias por compartirlo conmigo y con todos los demás. Y gracias por el maravilloso equipo de traductores en diez idiomas que tuvieron paciencia conmigo cuando se rompió mi principal propósito de esta Cuaresma: hacerles llegar la reflexión diaria con dos días de antelación. Traicionado y traidor pueden unirse a aquel de quien no podemos separarnos como decimos:
¡Aleluya!
CRISTO HA RESUCITADO. ES VERDAD QUE HA RESUCITADO
Laurence Freeman OSB
Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia