Mentalmente con frecuencia restringimos el propósito de la meditación a un modo de relajar nuestro ser más superficial y manejar nuestras estresantes vidas. ¡Esto no es exactamente lo que hace la atención enfocada en una palabra-oración, nuestro mantra, lo que también es muy bueno!
Pero la meditación como una disciplina espiritual, como oración, es mucho más que eso. Es ser transformados en la persona que Dios necesita que seamos, al integrar la sabiduría de nuestro ser más profundo con las habilidades de nuestro ego. Al silenciar los pensamientos diarios de nuestro ser superficial y al enfocar nuestra atención en Dios, estamos abriéndonos a la obra del amor de Dios en el centro de nuestro ser. Nuestra palabra - oración, “Maranatha”, se convierte entonces en un poderoso llamado de amor. Sus efectos, la respuesta que provoca, cambian la vida completamente: nos hacen concientes de la dimensión espiritual, y esa experiencia a su vez agrega una dimensión contemplativa a nuestro modo de ser y de vivir. La mejor manera de describir sus efectos y las cualidades que en nosotros produce, la encontramos en las palabras de Pablo en Gal 5:22: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, suavidad y auto-control. Estas no son cualidades que podamos conseguir por esfuerzo propio en nuestra vida diaria, sino que ellas son signos de lo que el Señor ya ha logrado en nosotros.
“Es mi convicción personal que la meditación puede agregar una dimensión de increíble riqueza a tu vida... la meditación es el gran poder integrador en tu vida, le da profundidad y perspectiva a todo lo que eres y a todo lo que haces... la razón es que estás empezando a vivir a partir del poder del amor de Dios... presente en nuestros corazones en toda su inmensidad, en toda su simplicidad, en el Espíritu de Jesús” (John Main).
Esto no significa para nada que debas evaluar tu meditación: "¿Estoy más relajado? ¿Soy más paciente?" Esto es pensar en la meditación en términos del “ego”, en términos del ser más superficial, en términos de “logros”. Por el contrario, lo que intentamos hacer enfocándonos en nuestro mantra es abandonar el ego y sus pre-ocupaciones, especialmente su necesidad de estima por parte de los demás. Estamos aprendiendo a “olvidarnos de nosotros mismos (del ego)”. Debemos olvidarnos temporalmente de nuestro ser superficial para darnos cuenta que somos mucho más que eso. “
En la meditación tratamos de desmontar las barreras que armamos a nuestro alrededor, que nos separaron de nuestra conciencia de la presencia de Jesús dentro de nuestros corazones... una vez que entramos en la conciencia humana de Jesús, comenzamos a ver como Él ve, a amar como Él ama, a comprender como Él comprende y a perdonar como Él perdona.”. (John Main, “The hunger for depth and meaning”).
El grupo de meditación semanal tiene un papel muy importante en esta transformación, como siempre lo recalcó John Main. Al encontrarnos y orar juntos semanalmente nos animamos y apoyamos mutuamente creando una comunidad, una conexión, que refleja el amor a uno mismo, el amor al prójimo, el amor a Dios, como una sola realidad.