Aprender a meditar y aprender lo que la meditación tiene para enseñarnos son dos formas distintas a lo que estamos acostumbrados de aprender. No estamos aprendiendo nada `nuevo´ con respecto a lo que conocemos normalmente como novedad. Estamos reaprendiendo algo que conocíamos en la niñez y que perdimos antes de poder integrarlo a nosotros en forma madura. Estamos desaprendiendo mucho de lo que es inadecuado para llevar una vida completamente desarrollada, y que aprendimos condicionados por nuestra educación y entrenamiento. Lo que estamos aprendiendo a través de este proceso de desaprender y reaprender es algo demasiado directo y simple para que podamos entender, solo podemos hacerlo a través de la experiencia. Al comenzar, somos muy complejos y auto-conscientes para esta experiencia. Necesitamos que nos enseñen, no sólo con el ejemplo (la mejor enseñanza) sino también con palabras e ideas, para poder así mantenernos en el camino que nos prepara para la `experiencia magistral´ en sí misma. Permítanme tratar de resumir las más simples de estas enseñanzas, los elementos esenciales de la meditación. Permítanme comenzar ubicándonos en el contexto de las principales enseñanzas cristianas en las Escrituras. San Pablo reflexiona aquí acerca del potencial que todos tenemos para llevar una vida más rica y completa, una vida arraigada en el misterio de Dios.
“Me arrodillo en oración ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra. Que conforme a la riqueza de su gloria, se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, para que crezca en ustedes el hombre interior. Que Cristo habite en sus corazones por la fe y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender, con todo el pueblo de Dios, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios”. (Efesios. 3:14-19).
Esta es una descripción maravillosamente exhaustiva del destino que cada uno de nosotros tenemos como cristianos, como seres humanos. Nuestro destino y nuestro llamado es llegar a la plenitud del ser, que es la plenitud de Dios mismo. En otras palabras, cada uno de nosotros estamos convocados a alcanzar un desarrollo ilimitado a través del camino de la fe y del amor, a medida que abandonamos las limitaciones de nuestro ego, y entramos en el misterio en continua expansión del Ser de Dios.
La única cualidad que necesitamos para comenzar es el coraje. Comenzar a meditar es como buscar petróleo en el desierto. La superficie está tan seca y polvorienta, que tienes que creer a los geólogos que te dijeron que, en lo profundo de esta tierra seca, hay una gran fuente de poder. Cuando comenzamos a meditar por primera vez, no podemos evitar esperar que algo suceda, tener alguna visión, alcanzar algún tipo de sabiduría más profunda. Pero no sucede nada. El perseverar y pasar esta etapa - uno de los muchos obstáculos que encontrará nuestra fe - nos lleva a descubrir que el amor se encuentra trabajando silenciosamente en lo profundo de la fe. Cuando comprendemos esto, que nosotros avanzamos no sólo por fe, sino por fe y por amor, entonces en ese momento realmente hemos comenzado. A través de esta fe, Cristo habita en nosotros en el amor. Su habitar en nuestro interior es la constante compañía del maestro. Nuestro coraje iniciador nos ha guiado a encontrar un maestro.
Pero en realidad es porque `nada sucede´ que puedes estar seguro que estás en el camino correcto, el camino de la simplicidad, de la pobreza, de una entrega que nos potencia. Jesús nos ha dicho que su espíritu habita en nuestros corazones. Meditar es descubrir esta verdad como una realidad presente en nuestro profundo interior, en el centro de nuestras vidas. El Espíritu que somos invitados a descubrir en nuestros corazones es la fuente de poder que enriquece cada aspecto y cada parte de nuestra vida. El Espíritu es el Espíritu eterno de la vida y el Espíritu eterno del amor. El llamado de los cristianos no es a estar medio vivos, lo que significa estar medio muertos, sino a estar completamente vivos, vivos con el dínamo del Espíritu, con el poder y la energía de las queestán continuamente fluyendo en nuestros corazones. (John Main, The Heart of Creation).