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Ciclo 2 – Carta 9: Apatehia y Ágape

La virtud del arrepentimiento nos ayuda a darnos cuenta de nuestras emociones egocéntricas y nos guía a la humildad, a medida que somos cada vez más concientes de nuestra necesidad de Dios y de que sin Cristo no podemos hacer nada. El reconocimiento de nuestro dolor, esta sanación interior, nos guía hacia una creciente sensación de armonía y balance en nuestra vida emocional. Además, a medida que nos sabemos amados a pesar de nuestras faltas, podemos aceptar y amar cada vez más a nuestros hermanos, ya que nos vemos reflejados en ellos: “Un monje es un hombre que se considera a sí mismo uno con todos los hombres, porque se ve a sí mismo reflejado constantemente en cada hombre” (Evagrio, Capítulos sobre la Oración).

Evagrio llamó a este armonioso modo de ser hacia el que crecemos con la ayuda de la gracia, una combinación de `apatheia´ y `ágape´, la integración emocional y el amor Divino, íntimamente conectados: “El ágape es el niño de la apatheia”.

Casiano no usó el término `apatheia´, sino que la llamó `pureza de corazón´. Thomas Merton explica: “la pureza del corazón…, una total aceptación de nosotros mismos y de nuestra situación… renuncia a todas las engañosas imágenes de nosotros mismos, a todas las estimaciones exageradas de nuestras propias capacidades, para obedecer la voluntad de Dios, así como llega a nosotros”.

Con frecuencia se les reprocha a los contemplativos que su esfuerzo es `egoísta´, que solamente están preocupados por su propia salvación. Para Evagrio y los Padres y Madres del Desierto, la oración era primordial, para ellos era el significado de la vida. Pero sin embargo escuchamos la siguiente historia: "Puede suceder que mientras estemos orando algunos hermanos vengan a vernos. Entonces tenemos que elegir, o interrumpir nuestra oración o entristecer a nuestro hermano por negarnos a contestarle. Pero el amor es más grande que la oración. La oración es una virtud entre otras, pero el amor las contiene a todas” (Juan Clímaco, siglo VII).

Solamente cuando tenemos que poner nuestra casa en orden, podemos sentir genuina compasión por los demás y servir de apoyo. “Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación” (San Serafín de Sarov). Se nos pide que nunca olvidemos que verdaderamente somos uno en Cristo y que lo que sucede a nuestros vecinos nos concierne a nosotros: “La vida y la muerte depende de nuestro vecino. Si ganamos anuestro hermano, ganamos a Dios. Pero si escandalizamos a nuestro hermano estamos pecando contra Cristo” (San Antonio Abad).

El camino espiritual nos ayuda a cerrar la brecha entre nosotros y los demás. Somos los guardas de nuestro hermano. Como resultado el mundo se convertirá en un lugar más pacífico, no porque nosotros cambiemos al mundo sino por cambiar nuestra actitud egoísta a una de preocupación por los demás, sin tener en cuenta las relaciones familiares, el origen, la cultura o la religión: “Sean el cambio que quieren ver en el mundo.” (Ghandi) - esta es la esencia de la enseñanza de Jesús.

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