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Carta 12 – Ciclo 2: Pon tu mente en el reino de Dios

Hemos visto la importancia de las virtudes del arrepentimiento y la humildad para nuestro crecimiento espiritual. Pero existen fuertes emociones egocéntricas que pueden bloquear cualquier progreso.

“Vuelve a tu interior y mira: si todavía no te ves hermoso, entonces haz como hace el escultor con una estatua que quiere hacer hermosa, talla una parte y nivela otra, alisa un lugar, da forma a otro, hasta revelar una hermosa cara en la estatua. Como él, remueve lo superfluo, endereza lo torcido, aclara lo oscuro, hazlo brillante, y nunca dejes de esculpir tu propia estatua hasta que el esplendor divino de la virtud brille desde tu interior… Abre tus ojos y mira. (Plotino, Enéadas / 6, 9, 7-24)”

Pero ¿qué es lo que vemos? ¿Quién o qué es lo Divino? Clemente de Alejandría, uno de los primeros Padres de la Iglesia, dijo: “La noción del ser puro es lo más cercano que puedes estar de Dios… El es inefable más allá de toda palabra, más allá de todo concepto, más allá de todo pensamiento”.

No podemos describir a Dios o lo que experimentamos. Tratamos de dar sentido con nuestra conciencia racional a algo percibido por nuestra conciencia intuitiva, y eso es realmente imposible. Bede Griffiths dijo: “Me parece que en esta última instancia hemos llegado más allá de toda forma de pensamiento – incluso más allá de la Trinidad, de la Encarnación… Todos ellos pertenecen al mundo de los signos – manifestaciones de Dios en el pensamiento humano – pero Dios mismo, la Verdad misma está más allá de toda forma de pensamiento.”

Lo que es importante es cambiar nuestro centro de percepción desde la superficie a la profundidad. Luego experimentamos: “La presencia de Jesús en nuestro interior, Su Santo Espíritu, nos llama a ser completamente concientes de este nivel de nuestro ser. En un instante despertamos al espíritu que habita en nuestro interior, y desde allí a la conciencia de la comunión con Dios mismo, a la que estamos llamados a compartir. Y así, despertamos no a una soledad platónica sino a la completa comunión de todos los seres en el Ser mismo” (John Main, De la palabra al silencio).

Luego mostramos la naturaleza de Dios a través de nuestro comportamiento transformado y: “Cada alma es y se convierte en aquello que ella contempla” (Plotino). Todo lo que debemos hacer es sentarnos y esperar:

“Dije a mi alma, aquiétate, y deja que la oscuridad caiga sobre ti; será la oscuridad de Dios. Dije a mi alma, aquiétate, y espera sin esperanza ya que la esperanza será equivocada; aún existe la fe”.

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