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Carta 19 – Ciclo 2: Juzgar

Una de las cosas más difíciles de lograr en la vida es no juzgar a los demás y no solamente eso sino no juzgarnos a nosotros mismos. Hay un dicho de los Padres del desierto: “Los ancianos solían decir, ‘no hay nada peor que juzgar’. Conocían la mente y el corazón de su prójimo, eran magníficos psicólogos. Eran concientes de que nuestra tendencia al chisme, a juzgar y a criticar a los demás es el modo como mostramos nuestros propios conflictos irresueltos, que provienen de nuestro interior herido, nuestro condicionamiento y nuestras ‘necesidades insatisfechas’. “Nadie incapaz de cerrar los ojos a los defectos de un amigo, sean reales o aparentes, posee aún la libertad interior” (Máximo el Confesor).

Estos son sentimientos que nos incomodan y por lo tanto los proyectamos. Juzgamos y criticamos a otros por comportamientos potencialmente propios. “Nunca señales desdeñosamente o juzges a tu prójimo porque mientras tú señalas con un dedo, otros tres te están apuntando a ti" (Bear Heart- The Wind is my Mother).

Esa proyección también nos hace culpar a los demás por nuestros propios defectos.

Además, al juzgar tomamos imágenes congeladas de los demás, no permitimos su posible progreso y crecimiento. Les negamos la posibilidad de cambio y los dejamos atrapados en un momento particular en el tiempo: “Dijo el Abad Xanthias: ‘el ladrón estaba en la cruz y fue justificado por una sola palabra, y Judas que fue contado entre los apóstoles perdió todo en una sola noche y descendió de los cielos al infierno” (Historias de los Padres del Desierto).

Lo que le hacemos a los demás, nos lo hacemos a nosotros mismos. La meditación contribuye decisivamente para adquirir esta actitud de no juzgar. Y sin embargo, especialmente durante la meditación con frecuencia nos criticamos: “¿Por qué está mi mente llena de pensamientos? ¿Por qué no puedo sentarme en silencio?” No juzgues. Acepta lo que es. Solo observa e identifica lo que pasa por tu mente en forma objetiva y suavemente regresa a tu mantra. Conviértete en un observador imparcial. Este enfoque pronto se convierte en parte integral de nuestro ser y nos guía hacia la objetividad, el desapego y la conciencia.

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