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Carta 20 – Ciclo 2: El Poder del Lenguaje

“También dijo: ‘Es mejor comer carne y beber vino que comer de la carne de nuestros hermanos por culpa de la difamación’” (Abad Hiperio).

No solamente se reprobaban los chismes y la difamación porque formaban parte del juzgar a los demás, sino también porque los ermitaños del desierto estaban convencidos del poder del lenguaje para sanar y para dañar. Debemos recordar que el Siglo III poseía todavía en gran parte una cultura oral.

Las palabras que se decían eran consideradas de gran fuerza, no solo aquellas de las Escrituras, sino también las palabras que provenían de los Abbas y las Ammas. Ya que se los consideraba ‘puros de corazón’, las suyas eran palabras de poder que sanaban y renovaban la vida. Pero también eran concientes del daño que una palabra imprudente podía causar. Pensaban cuidadosamente cuándo hablar y cuándo permanecer en silencio. De ahí la importancia que le atribuían al silencio en general. Evitaban la charla imprudente, dañina y le concedían la oportunidad de surgir a las palabras sabias. Aunque nosotros ya no vivimos en una cultura oral, también conocemos el poder que tiene una palabra de aliento o desdeñosa en aquellos que caminan con nosotros por el camino espiritual.

Conocemos la importancia que se le daba a las Escrituras por muchos dichos de los Padres y las Madres del Desierto. La mayor parte del conocimiento de los ermitaños provenía de escuchar la Palabra en la synaxis, la reunión semanal de los monjes. Un dicho nos cuenta de un hermano que había estado temporalmente distraído y había olvidado decir algunas palabras del salmo que se estaba recitando. Un hermano mayor se le acercó y le dijo: "¿Dónde están tus pensamientos, mientras estamos diciendo la synaxis, que las palabras del salmo se te escapan? ¿No sabes que estamos ante la presencia de Dios y hablando con Dios?” La meditación, el repetir ciertas palabras de la escritura, recitándolas de memoria, ayudaba a los monjes con sus pensamientos y tentaciones, sus propios ‘demonios’ internos. Con frecuencia se veían asaltados por recuerdos de su vida anterior o por remordimientos por lo que habían hecho o dejado de hacer. Casiano llama a la fórmula que recomienda – ‘Oh Dios ven en mi ayuda, Oh Señor apresúrate a socorrerme’ - `una pared inexpugnable, una coraza impenetrable y un escudo muy fuerte'. Recordarás sin duda cómo enfatizaba: “Digo que debes meditar constantemente este verso en tu corazón. No debes dejar de repetirlo mientras estás haciendo algún tipo de trabajo o servicio o en un viaje. Medítalo mientras duermes y comes y atiendes las más mínimas necesidades de la naturaleza”.

Las Escrituras eran la base de sus vidas. Cuando algunos monjes le preguntaban a San Antonio cómo debían vivir, les decía: “Han oído las Escrituras. Eso les debería enseñar a ustedes cómo”. Tampoco nosotros debemos desatender nuestra lectura de las palabras de Jesús en las Escrituras. Leer las Escrituras después de la meditación o mejor aún en otro momento en la forma benedictina de la ‘Lectio Divina’, es decir tomando un pasaje corto y leyéndolo varias veces despacio y con cuidado es muy útil. Laurence Freeman, nuestro director, dijo que al hacerlo de este modo “leemos las escrituras y dejamos que las Escrituras nos lean”.

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