Reflexiones de Cuaresma 2022
Las noticias diarias sobre Ucrania durante este tiempo de Cuaresma, han resaltado el rol de la “inteligencia” militar y diplomática acerca de cómo se está desarrollando la guerra. Este tipo particular de inteligencia presupone saber lo que cada uno de los bandos no quiere que el otro sepa. También implica interpretar la información para sacar beneficio propio (con la esperanza de que sea buena inteligencia). Esta es una palabra interesante para usar acerca de una situación que revela las profundidades de la estupidez humana: engaño, arrogancia, desmesura y fuerzas crueles y brutas.
El conflicto en Ucrania –junto con otros asuntos como el Covid, la crisis medioambiental y la difícil situación de la democracia– nos enseña a través de la tragedia, como lo hará la Pascua. La lección a aprender es que la humanidad debe evolucionar en conciencia, más allá de lo que llama “inteligencia” y mucho más allá de su orgullo por los adelantos tecnológicos. Cómo pensamos y cómo usamos las herramientas que tenemos está apoyado en nuestro nivel de conciencia. El tiempo de Cuaresma nos da una nueva perspectiva acerca de las noticias sobre la zona limítrofe de Europa, y sobre el resto de las cuestiones globales, que está tocando los corazones humanos por todas partes.
Normalmente nos enfocamos en el conocimiento de tipo científico, racional, mesurable y (supuestamente) demostrable. Nuestra obsesión por los “resultados” y los “logros” muestran cuán estrechos y miopes podemos ser. Nos ciega con un miedo al misterio, a la incertidumbre y a la intuición, a las que consideramos como formas de la ignorancia más que como lo que en realidad son, formas de sabiduría. Creemos que podemos cuantificar todo con herramientas cognitivas– midiendo, prediciendo, sistematizando todo, hasta que el espíritu y la alegría de la vida son aspirados completamente. Y nos parecemos a las víctimas vaciadas de un vampiro.
Sin embargo, hay otras tres maneras de conocimiento que fluyen directamente de la fuente de conciencia y que esperan nuestro redescubrimiento. La Fe es el conocimiento relacional que se genera a través de la mutua confianza y la lealtad a un bien común. La Esperanza es el conocimiento implícito de que incluso nuestros errores y nuestras pérdidas en la vida son parte de un plan que nos lleva a una humanidad floreciente. El Amor es el conocimiento supremo de unión que desborda la conciencia humana, extendiendo nuestros horizontes con la luz pura de la inteligencia espiritual.
Cuando estos tres tipos de conocimiento se juntan nos impulsan hacia fuera de la órbita de la estupidez y el egoísmo de estar centrados en uno mismo. Así es como podemos reconocer lo que estamos viendo, tal como lo hicieron los discípulos del Cristo Resucitado, en cada persona y en cada situación.
La humanidad está luchando por llegar a ese estado de conciencia más elevado, antes de hacernos un daño fatal a nosotros mismos, a nuestros descendientes y a nuestro planeta. Es la responsabilidad colectiva de todas las tradiciones de sabiduría lograr avanzar en esta evolución. También es una responsabilidad personal, de cada uno de nosotros, hacer el trabajo interno y depositar los frutos en un fondo común, por más pequeño que sea el progreso y el aporte que podamos dar.