Jn 8:1-11 La mujer adúltera
Ayer caminando por Roma, pasé junto a un gran edificio poderoso con la inscripción “Ministero di Grazia e Giustizia”. “Ministerio de Gracia y Justicia”. ¿En serio? La combinación parecía extraña para una institución secular asociada con el crimen y el castigo. ¿Los jueces realmente dispensan gracia además de multas y sentencias de prisión?
Más tarde, cuando se lo mencioné a algunos romanos, se sorprendieron. “Sí, dice eso, pero nunca nos habíamos puesto a pensarlo”. Al verlo ahora desde la perspectiva de un desconocido, se dieron cuenta de lo extraño que era. ¿Estaba basada el aparato policiaco, los abogados, los juicios y las cárceles en un matrimonio místico de gracia y justicia? “La justicia y la misericordia se encuentran” en Dios … pero, ¿en el ministerio de justicia? “En teoría”, dijo alguno. Otro, probablemente un abogado, se preguntó si esa era la causa de las largas demoras en el sistema judicial que podrían significar que murieras antes de que se escuchara tu caso.
Ayer cité a Wittgenstein, uno de los filósofos más difíciles, pero también más atraídos a cuestionarse sobre el significado de las cosas cotidianas. “Los aspectos más importantes de las cosas están ocultos debido a su simplicidad y familiaridad”, dijo. Fracasamos en verlos, no a pesar de estar a la vista, sino precisamente porque están ante nuestros ojos. Se vuelven transparentes. Hay capas de conciencia cubriéndolos.
Jesús está presente y ejerce un efecto incremental en la evolución de la conciencia humana. Su presencia, también, es simple y familiar. Posiblemente, ya hemos tomado una decisión sobre él, ya sea que lo exaltemos como la revelación final y plena de Dios o simplemente como uno de los grandes jugadores en la liga principal de las tradiciones de sabiduría. Pasamos junto a él sin ver su presencia o sin darnos cuenta de cómo la mente de Cristo reconcilia todas las cosas. Como todos los demás, los cristianos encuentran la paradoja, el portal hacia el misterio, profundamente perturbador. Es mucho más fácil reducir su transparencia y visión de la realidad a los niveles más bajos de conciencia donde reinan el dogma y la moral. Al hacer esto, no fue difícil resucitar la Ley que él es su cumplimiento, al ver a través de ella y con esto hacer retroceder a la iglesia hacia un Dios imaginario de recompensa y castigo.
Los maestros de la Ley le trajeron a la mujer sorprendida en adulterio. Un ser humano utilizado sin piedad para avergonzarlo. ¿Era Jesús un ortodoxo y aplicaría la Ley condenándola a ser lapidada? ¿O era liberal y no aceptaría la justicia divina?
Su respuesta muestra su presencia consciente, tanto entonces como en el ahora, en el eterno presente. Al escucharlos, se agacha y escribe en el suelo con el dedo. Persisten y él dice “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Se vuelve a agachar y continúa escribiendo en el suelo. Uno por uno, la multitud se desvanece y él se queda solo con la mujer. ¿Alguien te ha condenado? No, señor. Entonces vete a casa y no peques más.
Su silencio significa que no puede ser atrapado en otros niveles de conciencia. Escribir en el polvo muestra que nuestras mentes son tan impermanentes como nuestros pensamientos y nuestras acciones. Su tono hacia la mujer con quien se queda solo y cuya presencia se superpone con la suya, la empodera para seguir aprendiendo el difícil arte de ser humano. Su presencia es completamente transparente. Influye en todo sin forzarlo. Expone todo sin juzgarlo.
Laurence Freeman OSB
Traducción: Ramón Bazán, WCCM México