El viaje de la meditación es, en palabras de John Main, un peregrinaje a nuestro propio corazón, el lugar más sagrado donde habita Cristo. La meditación es descubrir “la vida del Espíritu de Jesús dentro de nuestro corazón humano”.
Hay distintas etapas por las que pasamos en este viaje. Aunque las etapas se presentan en forma lineal en las siguientes lecciones, debemos ser bien concientes que es un viaje espiralado y va superponiendo niveles que se van haciendo más profundos con etapas que reaparecen, se funden y se transforman.
Cuando comenzamos a meditar, generalmente una vez a la semana o una vez por día, la disciplina parece fácil y comenzamos nuestros períodos de meditación con alegría y compromiso verdadero. Pronto nuestro entusiasmo inicial es puesto a prueba y necesitamos un compromiso más profundo con esta disciplina: el compromiso de integrar firmemente a nuestra vida dos períodos de meditación. Con el tiempo, la práctica regular de repetir el mantra nos permite abandonar gradualmente nuestros pensamientos. Hay momentos de verdadero silencio y quietud, destellos de paz, amor y alegría. Es el momento de estar alerta contra la tentación de aferrarse a estas experiencias. Debemos continuar practicando sin expectativas ni demandas de ningún tipo de “resultados”. A su tiempo, la disciplina se convierte en una verdadera necesidad.
Pero ocurre que del silencio emerge un nuevo nivel de pensamiento - recuerdos reprimidos, emociones y memorias. A veces éstos son dolorosos y nos resistimos a ellos. No es sorprendente, ya que como dijo Walter Hilton, el místico inglés del siglo XIV, “si un hombre regresara a su casa y se encontrara con el fuego apagado y una esposa gruñona, volvería a irse rápidamente”. Sin embargo, es necesario soltar estas emociones, nos permitimos derramar las lágrimas que no derramamos en el momento que hubiéramos debido hacerlo, el enojo y el fastidio que no expresamos en su momento necesitan encontrar una salida.
Cuando reconocemos estos sentimientos y los liberamos, nuestra alma experimenta la sanación. No necesitamos saber de donde vienen estos sentimientos, tampoco deberíamos exteriorizarlos, sólo debemos aceptarlos como válidos. Sor Eileen O´Hea solía llamar “cubos de hielo” a estas emociones reprimidas o congeladas, las cuales se funden en el amor y en la luz de Cristo, cuando les permitimos emerger.
También puede suceder, que cuando hayamos estado meditando por un largo tiempo seamos asaltados por lo que los Padres y las Madres del Desierto llamaban el demonio de la “acedia”. Se manifiesta como el desencanto con la meditación y el camino espiritual, estamos aburridos y todo parece estar contaminado. Pensamos que podemos encontrar cosas más útiles para hacer con nuestro tiempo que sentarnos a meditar. Le echamos la culpa a los demás y a lo que nos rodea por nuestra falta de atención.
Es un tiempo de sequía, aburrimiento, inquietud y distracciones; el silencio interior es cosa del pasado. Es nuestra “experiencia del desierto”. Es un tiempo de prueba espiritual, queremos abandonar. Todo lo que podemos hacer en este tiempo es perseverar en la fiel repetición del mantra. Aceptamos nuestra necesidad de Dios y confiamos en que Dios nos guía, que está presente a pesar de todo, que nos ama y que nunca permitirá que nos cansemos más allá de nuestras fuerzas. (Continúa en la siguiente lección).