Con frecuencia cuando le decimos a la gente que meditamos dentro de la tradición cristiana, nos miran sorprendidos. ¿Meditación cristiana?, seguro que eso no existe. Cuando les decimos que en los primeros siglos de la era actual era una parte integral del culto cristiano su desconfianza se transforma en desdén y declaran: “Si así fuera, ¿por qué no me enteré de nada de esto en la iglesia?” Podemos entonces explicarles suavemente, que por razones religiosas, políticas y sociales es un modo de orar que fue olvidado por el occidente latino desde el siglo VI, al inicio de la Alta Edad Media (Época Oscura), cuando el Imperio Romano fue sitiado y finalmente invadido por tribus germánicas migratorias. Pero en el cristianismo oriental, por el contrario, esta forma de rezar sobrevivió hasta el presente en la forma de la “Oración de Jesús”.
Pero ¿dónde se encuentra la evidencia de que Jesús meditaba o recomendaba orar de esta forma? Desdichadamente no hay un lugar específico en las Escrituras donde se especifique explícitamente que Jesús meditaba repitiendo una frase. Pero la palabra Abba está con frecuencia en sus labios y sabemos que Él recomendaba rezar utilizando pocas palabras: “Cuando oren no anden parloteando como los paganos, que piensan que cuanto más hablen es más probable que se los escuche”. E inmediatamente después de esta advertencia les enseña a sus discípulos el Padre nuestro “como ejemplo de una forma correcta de rezar” (Mateo 6: 7- 13). Cuando se escucha esta oración en arameo, el idioma que hablaba Jesús, es muy poética y rítmica y es muy probable que hubiera sido repetida. Además, todo está apoyado por el hecho de que escuchamos a Jesús recomendar el modo de orar del recolector de impuestos, que constantemente repite la frase: “Oh Dios ten piedad de mí, pecador” (Lucas 18: 10-14).
En Mateo, esta forma de oración ha sido establecida en los versículos que la preceden dentro de una atmósfera de silencio y soledad. Aquí nos enteramos que Jesús, aparte de orar con sus discípulos en comunidad, se “retiraba a las montañas a orar y a pasar la noche en oración a Dios” (Lucas 6:12) Lo escuchamos recomendarnos: “Pero cuando oren, retírense a su cuarto, cierren la puerta, y oren a su Padre que está allí en el lugar secreto, y vuestro Padre que ve en lo secreto los recompensará”. El significado de este pasaje está maravillosamente explicado por Juan Casiano, el monje del siglo IV: “Oramos en nuestro cuarto cuando retiramos completamente nuestros corazones del ruido de nuestros pensamientos y de nuestras preocupaciones, y revelamos nuestras oraciones al Señor en secreto, como si fueran íntimas. Oramos con la puerta cerrada cuando rezamos con los labios cerrados y en total silencio a aquél que no busca voces sino corazones”.
Para darle énfasis al silencio y a la soledad Jesús se inspiró en la tradición judía de la que estaba empapado. Encontramos en los salmos: “Aquiétate y aprende que Yo soy Dios” (Salmo 46:10) y en el Antiguo Testamento: “Pero el Señor no estaba en el viento... ni en el terremoto... ni en el fuego: y después del fuego una voz silenciosa” (a veces traducido como un “sonido de absoluto silencio” o “una brisa suave”…) (1 Reyes 19:13). La oración silenciosa con pocas palabras es por lo tanto definitivamente parte de la tradición cristiana.