Los primeros padres de la iglesia no tenían duda alguna de que la unión con lo Divino era posible para todos. “Dios es la vida de todos los seres libres. El es la salvación de todos, de los creyentes y de los no creyentes, de los justos y los injustos, de los píos y los impíos, de los libres de las pasiones y de los que están atrapados por ellas, de los monjes y de los que viven en el mundo, de los cultos y de los analfabetos, de los saludables y de los enfermos, de los jóvenes y de los viejos” (Gregorio de Nisa).
La razón de esto se encuentra en su teología. Los filósofos griegos, en particular Platón, fueron los primeros en formular la idea de que los humanos teníamos algo esencial en común con lo Divino. Lo llamaron “nous” pura inteligencia intuitiva, para diferenciarla de la inteligencia racional. El tener algo de lo divino en nuestro interior nos permite conocer lo Divino, ya que la idea más común en el pensamiento primitivo era que solamente “se puede conocer lo parecido”. Nuestra experiencia diaria también lo confirma. Sólo cuando tenemos algo importante en común con otra persona podemos relacionarnos con ella verdaderamente, podemos ser uno en mente y alma.
El Padre de los primeros años de la iglesia, Clemente de Alejandría, descubrió la correspondencia entre el concepto “nous” y el expresado en el Génesis, de que hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”. La “imagen” era para ellos comparable al “nous”. Siguiendo su línea de pensamiento, Orígenes, los Padres Capadocios, Evagrio y también más tarde Meister Eckhart, todos vieron esta “imagen de Dios” como la prueba de nuestra unidad de origen esencial con Dios. Por lo tanto, la razón por la cual podemos tocar y ser tocados por esta suprema realidad transpersonal es porque hay algo dentro de nosotros que es similar a esta realidad. La misma convicción la encontramos en las palabras de Jesús: “El Reino de Dios está dentro de ustedes y entre ustedes” (Lucas 17:21).
San Pablo dice en su Primera carta a los Corintios: ¿“No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo?” (1Cor 6:19). La meditación nos ayuda a experimentar esta realidad, esta fuerza viva de Cristo en nuestro interior, energizándonos, sanándonos, transformándonos y guiándonos hacia una conciencia más completa, hacia la plenitud y la compasión.
La semejanza siempre ha sido aceptada dentro de la cristiandad – el alma como espejo de Dios - pero la total identidad ha sido cuestionada con frecuencia. Sin embargo, leemos en el Evangelio de Tomás: “el que beba de mi boca será como yo, yo mismo me convertiré en esa persona, y lo oculto le será revelado.” En el Evangelio de Juan encontramos la hermosa oración de Jesús sobre la unidad “que todos sean uno, como nosotros somos uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros” (Juan 17:21). Los místicos que experimentaron esta unidad y hablaron de ella, han sido considerados con desconfianza.
Meister Eckhart habló acerca del nacimiento de la “Palabra” en el alma, refiriéndose a la comprensión de la conciencia de Cristo en nuestro interior, que es nuestra conexión con lo Divino. “Asimismo con frecuencia he dicho que existe algo en el alma que está íntimamente ligado a Dios, que es uno con él y que no está simplemente unido”.
Santa Teresa de Ávila habla en el “Castillo Interior” de la séptima morada del matrimonio espiritual, como un estado de unión permanente más allá del éxtasis, la unificación total.
Y sin embargo en el cristianismo hablamos más de comunión que de unión. No se la considera como una fusión total, pero “sin duda que el individuo pierde todo sentido de separación del Todo y experimenta la total unidad, pero eso no significa que el individuo no exista más. Así como cada elemento de la naturaleza es un reflejo único de la Realidad, del mismo modo cada ser humano es el centro único de conciencia dentro de la conciencia universal”. (Bede Griffiths, Matrimonio entre Oriente y Occidente).