22 de febrero de 2024
Durante nuestro reciente retiro al iniciar Cuaresma, una de las participantes quiso compartir lo triste y enfadada que se sentía por la manera en que va el mundo. Describió la sombría situación política y el miedo a caer en una nueva administración cruel e insensible, que no tenía contacto con la realidad, más que con su propia versión de la misma; lamentó el aumento de la violencia incluso en su propio rincón, antaño idílico, de Estados Unidos. No era nada nuevo, pero su solitaria tristeza y su aterrada rabia por todo ello, así como el fuerte pesimismo fatalista de su tono y su lenguaje corporal, nos conmovieron. Al final, nos dio las gracias por crear un espacio en el que esos sentimientos y miedos pudieran ser expresados y escuchados, y por la conversación que estábamos manteniendo. Dijo que se sentía mejor y sonrió.
Aunque ella es única, hay muchos millones de personas que luchan con la misma perspectiva. A pesar de la fuerte tendencia a la desesperanza de esa visión de las cosas, un sentimiento de certeza más ligero y contra toda razón también puede sorprendernos rápidamente, justo cuando tocamos fondo o justo antes de hacerlo. Podríamos llamarlo gracia. Si la esperanza no tiene esta certeza, es casi seguro que no es más que un deseo. La gracia puede compartirse e incluso contagiarse en una conversación auténtica y sincera. En comunión con los demás nos atrevemos a saber que esta esperanza no es falsa y que sólo ese conocimiento interior seguro -podríamos llamarlo fe- la hace comunicable a los demás.
Una notable mujer mística del siglo XIV, la Madre Juliana de Norwich, pasó por la más oscura de las experiencias interiores cuando estuvo a punto de morir de la peste. El mundo que la rodeaba era bastante turbulento: un gran número de personas muertas por la peste, trastornos económicos, violentos disturbios civiles y una guerra en el extranjero. No cabe duda de que la conciencia de ese sufrimiento influyó en su mundo interior. Interiorizamos lo que ocurre a nuestro alrededor y proyectamos hacia el exterior lo que sentimos. Las dimensiones interior y exterior de nuestra experiencia de la realidad chocarán violentamente hasta que alcancemos un centro suficientemente profundo en nosotros mismos desde el que podamos integrarlas.
Las turbulencias de Juliána se expresaban en imágenes extraídas de la fe profunda. Sin aliados como estos poderosos símbolos, estamos mucho menos preparados para la resistencia que se nos exige para sobrevivir y salir más enteros. Durante años, tras su crisis, procesó estos “shewings” (demostraciones), como ella los llamaba, y plasmó sus reflexiones en el primer libro escrito en inglés por una mujer. Thomas Merton la definió como una de las más grandes teólogas. Estaba por encima de la masa de teología devocional e intelectual que se producía a su alrededor.
Su entender iba directamente a la naturaleza de Dios y de “Cristo nuestra Madre”, como ella lo llamaba y al pecado y a la gracia y al verdadero significado de la oración. Llegaron a través de una inteligencia mística -podríamos llamarla amor- que la elevó por encima de sus perspectivas personales, revelando justamente aquellas nuevas perspectivas evolutivas de la realidad que necesitamos hoy para nuestro tiempo.
El corazón de su nuevo nivel de conciencia inspiró uno de sus dichos más famosos. Hay una certeza en estas palabras que el pesimismo más fuerte debe afrontar. No debería sorprendernos que el espiral descendente del pesimismo se invirtiera debido a la fe, la esperanza y el amor concentrados en esa certeza, aun cuando sólo fuera por un breve momento de visión clara. Ella dijo simplemente: ‘todo irá bien y todo estará bien y todos las cosas estarán bien’.
Laurence Freeman, OSB